Hacer frente al cambio climático
Los criaderos de ostras ayudan a la industria a adaptarse al cambio climático
¿Cómo puede la industria de los mariscos adaptarse a los desafíos que plantea el cambio climático?
Por Hannah Packman
Si alguna vez has comido una ostra, hay grandes chances de que haya sido cultivada en una granja.
Las aguas de Norteamérica solían estar llenas de bivalvos silvestres, pero siglos de sobreexplotación, contaminación y enfermedades los han hecho desaparecer casi por completo. Y las poblaciones de ostras silvestres rondan el 1 % de los niveles históricos (enlace en inglés).
Para seguir satisfaciendo la creciente demanda de consumo a pesar de la disminución de las cosechas silvestres, los bivalvos ahora se cultivan y crían predominantemente en granjas. Actualmente, alrededor del 95 % de las ostras y los mejillones, el 85 % de las almejas y el 65 % de las vieiras que se consumen en todo el mundo son cultivados (enlace en inglés).
Los paladares amantes de los frutos de mar no son los únicos beneficiados con la popularidad de la acuicultura de mariscos: también es una bendición para el ambiente. Los bivalvos no solo emiten una insignificante cantidad de gases de efecto invernadero, lo que los convierte en una fuente de proteína baja en carbono, sino que también fomentan la biodiversidad al filtrar el exceso de nutrientes de nuestras aguas y al crear hábitat para otras especies marinas (enlaces en inglés).
Aunque el cultivo ha ayudado a la industria de los mariscos a lidiar con sus dificultades históricas, ha aparecido algo más problemático: el cambio climático. Durante las últimas décadas, una variedad de presiones relacionadas con el clima han complicado el proceso de cría de bivalvos, lo que puso en jaque miles de puestos de trabajo y una fuente vital de alimento.
En 2018, la preocupación compartida, hizo que un grupo de siete granjas de mariscos fundaran la Shellfish Growers Climate Coalition (SGCC) (enlace en inglés). En los siguientes cuatro años, la organización creció hasta nuclear más de 250 empresas en toda la cadena de suministro del marisco, unidas en pos de una política climática inmediata y significativa.
Además de su incidencia colectiva, las empresas que integran la coalición también están mitigando y adaptándose al cambio climático dentro de sus propios negocios, empezando por lo que cultivan. Algunas semillas —ejemplares juveniles cuyo tamaño oscila entre el de una semilla de sésamo y el de una moneda de un cuarto de dólar— se recolectan luego de que los bivalvos desovan naturalmente.
No obstante, como diversos factores ambientales lo han vuelto menos confiable como método, una parte importante de las semillas ahora crecen en laboratorios conocidos como incubadoras.

La cría de moluscos
Este proceso comienza con un pie de cría —ejemplares adultos de ostras, mejillones, almejas y vieiras— que se selecciona en función de rasgos genéticos específicos, como resistencia a enfermedades, tiempo de crecimiento, gusto, aspecto e incluso tolerancia a ciertos cambios ambientales.
Estos pies de cría luego se colocan en tanques de agua que imitan las condiciones (enlace en inglés) en las que los bivalvos desovan en la naturaleza. Tan solo una docena de bivalvos puede producir millones de huevos fertilizados, que rápidamente se desarrollan y se convierten en larvas nadadoras. Durante las semanas siguientes, estos diminutos moluscos se crían puertas adentro, donde viven en tanques de agua marina a temperatura controlada y se los alimenta con algas microscópicas. Esto les da la energía que necesitan para que crezcan sus conchas y hacer la metamorfosis hacia la fase de postlarva, pequeños bivalvos listos para emprender la vida como moradores de los fondos (enlace en inglés).
Una vez que son fácilmente apreciables a simple vista, los juveniles pueden transferirse a un vivero en el exterior. Aquí se los mantiene en contenedores que los protegen de depredadores y otros riesgos, pero que les permiten consumir fitoplancton y algas silvestres y aclimatarse a las fluctuaciones del tiempo y el agua marina. De aquí, la semilla se embolsa y se distribuye a los criaderos.

Incluso en las mejores condiciones, el desove y el crecimiento de las ostras es una ciencia delicada que está a merced de los caprichos de la Madre Naturaleza. Pero el negocio se ha vuelto cada vez más precario con la contaminación de carbono, el aumento de las temperaturas y eventos meteorológicos extremos más grandes.
“El ambiente es un tema fundamental para nuestra industria”, afirmó Rick Sawyer, presidente en funciones de Aquacultural Research Corporation (ARC) Hatchery en Dennis, Massachusetts.
Ninguna región ha quedado a salvo: incubadoras desde el noroeste del Pacífico hasta Nueva Inglaterra han notado los cambios, incluida Taylor Shellfish, la mayor productora de mariscos cultivados de los Estados Unidos, con sede en el estado de Washington.
“Fue hace catorce años cuando nuestra incubadora comenzó a sufrir pérdidas catastróficas en nuestra producción de larvas de ostras”, contó Bill Dewey, el director de asuntos externos de la compañía.

De algas y acidificación
La calidad del agua está entre los desafíos más grandes. El aumento de los niveles del mar, por ejemplo, está empujando más agua salada a los estuarios costeros salobres, lo que aumenta su salinidad. Por otra parte, la mayor frecuencia e intensidad de las lluvias puede introducir demasiada agua dulce, lo que baja la salinidad. Ambas cosas son peligrosas: si la salinidad cambia demasiado en cualquiera de las dos direcciones, esto puede dar como resultado eventos de mortalidad masiva (enlace en inglés).
Además de reducir la salinidad, las tormentas también pueden favorecer la proliferación de algas tóxicas. La lluvia intensa arrastra hacia el océano aguas residuales y suelo fertilizado, que contienen nutrientes como fósforo y nitrógeno.
Estos nutrientes son alimento para las algas nocivas, que crecen rápidamente y consumen grandes cantidades de oxígeno, con la consiguiente creación de una "zona muerta". Sin el suministro adecuado de oxígeno, otras especies, especialmente animales inmóviles como los bivalvos, mueren por sofocación.

Como si esto fuera poco, algunas algas son tóxicas y enferman a las especies cercanas y a las personas que las consumen. Estos eventos catastróficos, conocidos como mareas rojas, pueden arrasar los lechos de mariscos durante meses y afectar gravemente a las economías costeras y la seguridad alimentaria.
En lo que respecta a la composición química del agua marina, que haya muy poco oxígeno no es el único inconveniente; la presencia de demasiado dióxido de carbono es igual de problemática. Alrededor de un tercio del dióxido de carbono es absorbido por nuestros océanos, que constituyen así el mayor sumidero de carbono.
La mayor concentración ha hecho que las aguas oceánicas sean cerca de un 30 % más ácidas que antes, lo cual, entre otras consecuencias, está dificultando la generación de conchas en los bivalvos (enlaces en inglés).
De acuerdo con Dewey, esta acidificación ha sido la principal fuente de dolores de cabeza para Taylor Shellfish. “A través de una impresionante colaboración con la NOAA, universidades, equipos científicos de la industria, logramos entender que el cambio en la química del océano como resultado de la contaminación por dióxido carbono era lo que estaba contribuyendo a nuestras pérdidas”.
Al ser la base de la industria marisquera, la apuesta es que las incubadoras generen resiliencia ante las amenazas climática. “Estamos sosteniendo 1300 empleos en Cape Cod y creando una importante fuente de alimentos —dijo Sawyer—. Si ARC tiene problemas, no solo nos afecta a nosotros: va a afectar a un montón de personas".

Crear resiliencia
Una pieza del rompecabezas es el monitoreo y filtrado del agua para garantizar que los niveles de salinidad, pH y nutrientes sean conducentes para el crecimiento de los bivalvos.
La calidad del agua es importante en cada etapa del desarrollo, pero es particularmente crítica durante la fase larval, indicó Dewey. “Tenemos sofisticados equipos de monitoreo en la incubadora que nos dicen la química carbonatada en tiempo real y sistemas de tratamiento del agua que ajustan la química para permitir que nuestras larvas generen sus conchas”.
En los últimos años, como las tormentas y el aumento del nivel del mar arrojan contaminantes a la bahía, el problema se ha vuelto cada vez más difícil de manejar. “Hemos visto importantes cambios en la calidad del agua —comentó Sawyer—, y el filtrado se está tornando caro”.

Además de priorizar el éxito en las fases iniciales del desarrollo de los bivalvos, las incubadoras también están apuntando a la resiliencia a largo plazo de su producto. Para darles a sus clientes semillas sanas y confiables, los equipos científicos están reproduciendo líneas de pies de cría que puedan soportar los riesgos relacionados con el clima.
Esto no significa solo resistencia a condiciones ambientales más inclementes, sino también a las enfermedades. Con el aumento de las temperaturas del océano, las granjas de ostras de todo el país han sido azotadas con brotes de enfermedades que prosperan en aguas cálidas, que dieron como resultado ostras muertas y consumidores intoxicados. “Estamos buscando pies de cría que sean resistentes a las enfermedades, ostras que hayan sobrevivido a los brotes. Esto va a ayudar a evitar más brotes en el futuro”.
Para asegurar el éxito de sus acciones en pos de la adaptación, la mayoría de las incubadoras trabajan codo a codo con la comunidad científica. Oyster Seed Holdings (OSH), con sede en Virginia, por ejemplo, se ha coordinado con equipos de investigación de varias instituciones, como Virginia Sea Grant, Virginia Tech, Virginia Institute of Marine Science y la Universidad de New Hampshire.
Mike Congrove, su propietario y operador, dijo que las alianzas “nos han ayudado a comprender mejor los cambios que estamos viendo en la calidad del agua, de qué manera el cambio climático está provocando esos cambios y qué podemos hacer para adaptarnos y asegurar el menor impacto en nuestra producción”. OSH planea compartir sus hallazgos con los criaderos en una “en un tour inmersivo de la incubadora” que se enfocará en los impactos del cambio climático.
Como el cambio climático es una crisis tan inmensa y universal, algunas incubadoras también están buscando la forma de unirse para encontrar soluciones. En una edición reciente del newsletter de la East Coast Shellfish Growers Association, la directora de investigaciones y desarrollo de Mook Sea Farm, Meredith White, hizo hincapié en lo necesaria que es la colaboración.
“Hay señales de que los fracasos de la producción se deben cada vez más a condiciones ambientales por fuera del control de las incubadoras individuales”, escribió White.
Bill Mook, dueño de Mook Sea Farm y miembro fundador de la SGCC, se hizo eco de sus preocupaciones. “Mientras el cambio climático sigue planteando desafíos para los mariscos que criamos durante todo su ciclo de vida, las incubadoras estarán mejor preparadas para hacerles frente si colaboran para identificar y resolver problemas”.
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