Los animales que protegemos

Anfibios al borde: ¿por qué son los más amenazados del reino animal?

Más del 40 % de los sapos, las ranas, las salamandras y las cecilias del planeta enfrentan la extinción, pero muchos aún pueden salvarse.

Por Christine Peterson | 16 de julio de 2024

Contraluz muestra silueta de rana sobre una hoja.
Anfibios amenazados Más del 40 % de los sapos, las ranas, las salamandras y cecilias enfrentan la extinción. © Harriet Ambrose / TNC Photo Competition 2017

Frente a la costa de Brasil, en una isla llamada Alcatraces, otrora usada por el gobierno brasileño como campo de tiro naval, vive una rana arbórea del tamaño de la punta de tu pulgar. Está al borde de la extinción. O lo estaba, hasta que un grupo de conservacionistas se unió para comenzar un programa de reproducción en cautiverio para la Scinax alcatraz y detener las actividades de tiro en la isla.

Las acciones de conservación fueron tan exitosas que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza bajó la categoría de esta rana de en peligro crítico a vulnerable (enlace en inglés).

Del otro lado del mundo, en los altiplanos de Wyoming, los sapos son unos de los anfibios de Norteamérica que están más en peligro. El sapo de Wyoming obtuvo una nueva oportunidad de vivir cuando el gobierno estadounidense creó el Área de Conservación del Sapo de Wyoming (enlace en inglés).

Tristemente, la mayoría de los anfibios del mundo no tienen tanta suerte. Los anfibios son la clase animal del mundo que está más en peligro, dado que el 41 % enfrenta la extinción (enlace en inglés), alrededor de un 15 % más que los mamíferos y un contundente 26 % más que las aves.

Toma cercana de sapo de piel rugosa marrón y beige.
Un sapo de Wyoming, Bufo hemiophrys baxteri. © USFWS Mountain-Prairie / Flickr

Durante años, la mayor amenaza para los anfibios era la pérdida de hábitat causada por actividades humanas como el arrasamiento de los bosques húmedos en favor del pastoreo de ganado y el vaciado de humedales para el desarrollo de infraestructura y carreteras.

Entonces, llegó la quitridiomicosis, una enfermedad causada por una especie invasora de hongos, que devastó las ya frágiles poblaciones. Ahora los anfibios, como muchas otras especies, enfrentan las repercusiones del cambio climático, una amenaza que probablemente supere incluso a la enfermedad como culpable de su declive.

Mientras los países luchan por hacer frente a un planeta que se vuelve cada vez más caluroso e impredecible, especialistas como Jennifer Luedtke Swandby de Re:Wild y JJ Apodaca, director ejecutivo de Amphibian and Reptile Conservancy, dicen que el cambio climático por sí solo no sería una amenaza tan terrible si no fuera por los estragos que causa cuando se combina con la pérdida de hábitat, la fragmentación y las enfermedades.

“Está acelerando la disminución de las poblaciones y, en última instancia, de las especies —dice Apodaca—. Y lo está haciendo de un modo que es extremadamente difícil de desentrañar y comprender”.

Por suerte para muchos anfibios, una solución local, aparte del embrollo espinoso y global que es el cambio climático, sí existe. Solo requiere una combinación de dinero, cooperación y, como en el caso de la rana arbórea alcatraz, un montón de paladines.

Salamandra tritón del este con lunares rojos sobre un trozo de madera.
Un tritón del este (Notophthalmus viridescens) muestra su fase juvenil roja en el sudoeste de Virginia. © Steven David Johnson

Una pérdida impactante

La comunidad científica ha documentado más de ocho mil especies de anfibios en todo el globo, un término paraguas que abarca ranas, sapos, salamandras y cecilias, que se parecen a unas lombrices grandes (enlace en inglés). En los últimos 150 años, por lo menos 37 especies se han confirmado como extintas, y hay otras 185 que pueden haber desaparecido. 

“El estado de situación es que los anfibios se están deteriorando —dice Swandby, quien lideró la iniciativa para crear la más reciente Evaluación Global de Anfibios de la IUCN (enlace en inglés)—. Es una tendencia que venimos documentando desde 1980, y no son buenas noticias”.

La pérdida y la fragmentación de hábitat siempre ha sido un problema para los anfibios, algo que empeoró hace alrededor de treinta años cuando los quítridos arrasaron el globo. Este hongo ahora infecta a poblaciones en casi todos los rincones del planeta y causa el declive o la extinción de alrededor de 200 anfibios, y afecta con particular fuerza a las ranas de árbol (enlace en inglés).

El hongo básicamente cubre la piel del sapo o la rana (enlace en inglés), y asfixia al animal hasta su muerte. Y hasta hace poco, se pensaba que esa era la mayor amenaza. Pero ahora el cambio climático le ha robado el podio.

Rana verdosa sobre la rama de un árbol húmedo.
Una rana arbórea de membranas rojas (Rhacophorus rhodopus) en Costa Rica. © Megan Lorenz/TNC Photo Contest 2019

Un problema compuesto

Por sí solo, el cambio climático es duro para los anfibios, y no solo por la narrativa fácil de que trae consigo temperaturas más altas y con veranos más calurosos y secos.

Las ranas en Puerto Rico, por ejemplo, sufren por el aumento del número y la severidad de los huracanes que destruyen su hábitat una y otra vez.

“Las tormentas son peores y más frecuentes, y el hábitat de las especies no logra recuperarse entre tormenta y tormenta —explica Swandby—. Está empeorando una situación ya aciaga”.

Los recientes incendios forestales han arrasado los bosques húmedos templados de Columbia Británica y la sequía azota las montañas Apalaches, seguida de dos semanas de lluvia intensa.

“Hay una enorme diferencia entre tener 500 milímetros de lluvia en tres meses y tener 500 milímetros de lluvia en dos semanas —dice Apodaca—. Las poblaciones ahora lidian con más sequía, pero también con la sedimentación producto de desprendimientos”.

Colorido sapo amarillo brillante con lunares marrones y rojos.
Un sapo crucifijo en Nueva Gales del Sur, Australia. © JJ Harrison / Wikimedia Commons

La mayoría de las especies como los anfibios evolucionaron en nichos extremadamente específicos: La rana arbórea Alcatraz vive en el agua de lluvia que se junta en las hojas de las bromelias. El sapo de Wyoming solo existe en pequeños bolsones de pradera en un condado en el sudoeste Wyoming. Muchas especies de ranas en el oeste estadounidense evolucionaron en estanques efímeros que se llenan y vacían periódicamente, lo que evita que desborden con corrientes que dan acceso a los peces, uno de sus principales depredadores.

Y, en general, con los anfibios pasa como con la mayoría de las criaturas del planeta, incluidos los seres humanos: cuanto más sanos están, más capaces son de sobrevivir y adaptarse a los desafíos.

“En algunos casos, vemos quítridos en el ambiente en poblaciones muy sanas, y no les hace nada —dice Apodaca—. Cuando los anfibios están fisiológicamente estresados debido a las altas temperaturas o la sequía, esto abre la puerta a la enfermedad”.

Rana verde reposa sobre hojas de palma.
Rana verde de Norteamérica (Hyla cinerea), vista durante el viaje del Legacy Club a la isla Little St. Simons, Georgia.

Una hoja de ruta para el rescate anfibio

Entre las noticias anfibias desalentadoras, que no deben subestimarse, hay esperanza. Aunque Apodaca es rápido para calificar la palabra “esperanza”.

“En general, cuando digo que tenemos esperanza, eso lo hace sonar positivo y como que está en manos de alguien más, así que trato de comunicar que se puede hacer y lo estamos intentando —explica—. Estoy seguro de que podemos marcar una gran diferencia. Simplemente, se necesita, primero, conocimiento y, luego, esfuerzo”.

Y también, afirma Gina Della Togna, directora ejecutiva de Amphibian Survival Alliance, trabajar con las comunidades locales. Los grandes cambios en las regulaciones están muy bien, apunta Della Togna, pero no siempre significan mucho si las comunidades en el territorio no los apoyan.

“Necesitamos que la gente haga suya el cuidado de las especies —dice—. Estas amenazas no actúan en forma aislado; se exacerban mutuamente, lo que lleva a un declive de las poblaciones anfibias de todo el mundo”.

Un hábitat conectado, por ejemplo, ofrece más refugio de cara a lluvias intensas o sequías. Si bien una rana no puede caminar de un refugio a otro como, digamos un alce o un león de montaña, podría saltar de un charco que se seca a otro, si es que hay otro lo suficientemente cerca.

Túnel bajo una calle pavimentada para que los anfibios puedan cruzar sin riesgo.
Un túnel para salamandras en Massachusetts. © John Phelan / Wikimedia Commons

Un número alarmante de ranas, sapos y salamandras mueren por año al cruzar la carretera, lo que hace que los cruces de autopistas colocados en los lugares correctos sean sorprendentemente eficaces.

Apodaca recuerda un túnel para tortugas construido a mediados de la década del 2000 que funcionaba bien, pero costó alrededor de diez millones de dólares. Parecía un precio demasiado elevado a efectos prácticos. Pero los costos han bajado, y su organización hace poco ayudó a coordinar la construcción de un túnel para tortugas por solo 60 000 dólares.

“Algunas ranas necesitan bosque una parte del año y humedales la otra parte —cuenta—. Cuando están separados por una carretera, tenemos que darles conectividad.

Así que hay grupos que identifican y crean listas de especies prioritarias, las que pueden ser salvadas por proyectos conservacionistas locales, como cruces de autopista o represas de castor.

“Creo que podemos encontrar una forma para manejar mejor la tierra y equilibrar sus necesidades —dice Apodaca—. ¿Va a ser extremadamente difícil? Sí. Sin dudas, el desafío de nuestra generación es mantener los niveles de biodiversidad de cara a la pérdida y la modificación de los hábitats y el cambio climático, pero creo que podemos hacerlo”.