Rumbo al sur: el viaje de las aves migratorias entre Wisconsin y la Orinoquía
La ciencia nos ha permitido adentrarnos en el mundo de estas aves. Conocer sus patrones migratorios y de apareamiento es fundamental para protegerlas
Por Cristina Esguerra Miranda, TNC
Por esta época, las reinitas cerúleas, los tordos arroceros, las águilas de Misisipi y los playeros canelos comienzan a regresar a las praderas, los bosques y las costas de los lagos de Wisconsin. Vienen de recorrer alrededor de 5,000 kilómetros, algunos desde las llanuras y los pies de monte de la Orinoquía colombiana, donde escamparon los meses del invierno estadounidense. “Cuando salimos a hacer avistamiento de aves, solemos reconocerlas por el particular canto de cada una. El de las reinitas de Canadá, por ejemplo, es magnífico: comienza fuerte y luego pareciera desembocar en otra canción”, cuenta Matt Dallman, subdirector de The Nature Conservancy (TNC) en Wisconsin.
Las reinitas de Canadá, el torno arrocero y la reinita cerúlea, no miden más que la palma de una mano. Al verlas con binóculos o los especializados lentes de las cámaras de los llamados pajareros, sorprenden los variados estilos de plumaje de cada una de las especies y su mezcla de colores. Las reinitas cerúleas, por ejemplo, lucen distintas tonalidades de azul, los tordos arroceros —con su distintivo copete blanco detrás de la cabeza—, tienen la espalda blanca y el pecho negro, y el plumaje de las reinitas de Canadá es de un vivo amarillo con negro.
“Es interesante que cuando estas aves vienen al norte a reproducirse son muy específicas con respecto al tipo de alimentos y a los lugares que buscan. Aquí, la reinita de Canadá, por ejemplo, se especializa en hábitats con cierta humedad, como los bosques de coníferas que están cerca a los lagos y a los arroyos”, explica Dallman. “Sin embargo, cuando migran al sur se vuelven más generalistas, y se concentran en descansar y acumular calorías para sobrevivir el invierno y volver emprender el viaje de regreso al norte”, añade.
Rumbo al sur
La ciencia y la tecnología han permitido a los observadores de aves saber cada vez más sobre los hábitos de las especies migratorias y conocer detalles del épico viaje que emprenden anualmente al sur. Se sabe, por ejemplo, que vuelan en grupos de varias especies y suelen tener un llamado común que mantiene unida a la bandada, a pesar de que cada una tiene su propio lenguaje. A medida que migran tienden a unirse a las aves residentes de los distintos territorios, pues estas conocen bien el terreno. “En Wisconsin, los carboneros cabecinegros hacen de guías turísticos a las aves que vienen de Canadá”, cuenta Dallman.
También se ha podido descubrir que, increíblemente, ciertas aves pequeñas son capaces de permanecer en el aire durante más de 24 horas mientras cruzan grandes cuerpos de agua como el Golfo de México; que la velocidad promedio de la mayoría oscila entre los 24 y los 72 kilómetros por hora; que suelen volar a una altura de entre 600 y 900 metros sobre el nivel del mar, y que existen cuatro grandes rutas migratorias: la del Atlántico, la del Pacífico, la del Misisipi y la Central.
Ese recorrido les implica un esfuerzo tal, que antes de emprender el trayecto muchas de ellas duplican su peso almacenando grasa que convierten en energía. Durante el recorrido buscan hábitats en el sur de los Estados Unidos y en Centro y Suramérica que les permitan descansar y reabastecerse para continuar el vuelo.
Ecosistemas en peligro
“En las últimas décadas, la acelerada pérdida de esos ecosistemas debido a la deforestación, el cambio de usos de suelo y el calentamiento global ha tenido un gran impacto en los números de las especies de aves migratorias”, dice Thomas Walschburger, asesor senior de ciencia de TNC Colombia. Según un estudio publicado en 2019 por siente instituciones investigativas de Estados Unidos y Canadá, entre ellas el prestigioso Cornell Lab, el problema es crítico: desde 1970 esos dos países han perdido un tercio de sus aves salvajes, es decir, 2,900 millones de pájaros han desaparecido.
En Wisconsin, la frontera de los ecosistemas húmedos boscosos que tanto le gustan a las reinitas de Canadá, cada vez se corre más hacia el norte. Para ayudar a conservar aquel particular hábitat, en 1997 TNC Wisconsin compró más de 400 hectáreas de tierra alrededor del Lago Carolina, ubicado en la cabecera del sistema del Lago Superior, uno de los cinco Grandes Lagos de Norteamérica.
A pesar de la importancia de aquel esfuerzo, en el caso de las aves migratorias no basta con enfocarse en la protección de un solo ecosistema. Por ello, en 2022 TNC Wisconsin unió fuerzas con el equipo de la organización en Colombia. “Solo podemos conocer bien estas especies, y cuidarlas de manera efectiva, si sabemos los patrones de su ruta migratoria. Para ello, es necesario construir alianzas entre los países que comparten esta biodiversidad”, dice Dallman.
El trabajo conjunto se centra en tres metas: “1) resaltar la importancia de conservar ecosistemas estratégicos en Colombia, explicando el impacto que estos tienen en los habitantes de Wisconsin; 2) compartir recursos de conservación e intercambiar ideas y estrategias a través de un nuevo programa de intercambio de funcionarios de TNC que estamos desarrollando, y 3) ayudar a recaudar fondos entre los donantes de Wisconsin preocupados por temas de conservación global, que quieren apoyar el trabajo de la organización en Colombia, particularmente el que se está realizando en la Orinoquía”, explica Katy Coelho, directora de Desarrollo de TNC Wisconsin.
El país favorito de las aves
Colombia es uno de los 17 países megadiversos del mundo, y el número uno en aves y anfibios. En 2023, solo durante el día que dura el encuentro de avistamiento de aves más grande del mundo, llamado Global Big Day, se reportaron 1,530 de las 1,954 especies de aves del país, que son el 20% del total global.
“Cuando estás en Wisconsin haciendo avistamiento de aves cerca al Lago Carolina, y en un momento logras identificar unas 25 o 30 especies diferentes, estás en un lugar realmente especial. Pero en Colombia las cifras son completamente distintas”, dice Dallman. “La biodiversidad de Centro y Suramérica es magnífica, y sumamente importante para preservar la del planeta”, añade.
La Orinoquía colombiana es uno de esos lugares privilegiados por su rica diversidad. Solo hablando de aves, la plataforma especializada Ebird reporta, por ejemplo, que en último mes se han visto 531 especies en Casanare, 363 en Guaviare y 711 en el Meta. Entre estas últimas, quizá estén las 33 especies de aves migratorias de Wisconsin que se han visto en el Parque Nacional Natural Serranía de Manacacías. Allí se sabe que han llegado águilas del Misisipi, tordos arroceros, reinitas cerúleas y reinitas de Canadá, entre otros.
¿Nuevos hábitats?
El creciente conocimiento sobre los hábitos y patrones migratorios de las aves han permitido identificar que los agroecosistemas como las plantaciones de café bajo sombra y cacao, y los sistemas de ganadería silvopastoril —en los que se preservan árboles, arbustos y pastizales en el terreno—, se han convertido en hábitats sustitutos para las aves migratorias. Allí pueden encontrar la biodiversidad de fauna y flora que necesitan para vivir unos meses y emprender el viaje de regreso.
He ahí la importancia de crear sistemas productivos sostenibles, que permitan conservar la biodiversidad, pero que también impulsen el desarrollo y el bienestar humano. En la Orinoquía —corredor estratégico de las aves migratorias— el equipo de TNC está llevando a cabo diferentes estrategias que buscan contribuir al manejo adecuado de los ecosistemas, a la vez que se trabaja en la productividad de la región. En Orocué, Casanare, por ejemplo, está ayudando a consolidar núcleos productivos de agricultura, ganadería y ecoturismo, así como una red de reservas en resguardos indígenas.
El estudio sobre las aves de Norteamérica en el que participó el Cornell Lab, explica que en los bosques se han perdido 1,000 millones de aves, y que los números de las especies de aves de pastizales se han disminuido un 53%. El esfuerzo por proteger las aves migratorias debe ser conjunto, pero Colombia aún está a tiempo de poner de su parte, a base de conservar su biodiversidad.